En el Hospital Italiano de Buenos Aires, la ciencia, el destino y el amor escribieron una historia que quedará en la memoria de todos. Luca Ferragut, de solo dos años, y Felipe Palagani, de un año, compartían habitación y un duro presente: ambos luchaban por sobrevivir. Pero el destino quiso que sus caminos se unieran para siempre.
Luca, quien había recibido un trasplante de hígado, no pudo superar las complicaciones. En medio del dolor, su familia tomó una decisión que cambiaría otra vida: donar su corazón para salvar a Felipe, quien dependía de un corazón artificial.
El trasplante fue posible gracias a una técnica inédita en el país: la donación en asistolia controlada, ya usada en Europa.
A diferencia de los procedimientos tradicionales, esta técnica permite recuperar órganos tras el paro cardíaco controlado de un paciente con enfermedad irreversible. El equipo médico, liderado por el doctor Jorge Barretta, actuó con una precisión extraordinaria.
“Es un acto de amor y altruismo gigante. El 100% de esto es gracias a la familia donante”, remarcó Barretta.
La compatibilidad entre ambos niños y la prioridad de Felipe en la lista del Incucai hicieron posible lo que algunos ya llaman “un milagro médico y humano”. Las familias, oriundas de Neuquén, ya se conocían por compartir habitación, y aunque la ley prohíbe el contacto entre donantes y receptores, el lazo entre ellos era inevitable.
Una imagen que recorrió las redes sociales muestra el abrazo entre los padres de ambos pequeños tras la operación: un instante de dolor, esperanza y amor absoluto.
“No hicimos nada para romper las reglas, pero las familias se conocían. Y eso le da una espectacularidad al caso”, dijo el médico.
Felipe, que llevaba más de seis meses internado, comienza ahora una etapa de recuperación lenta pero prometedora. Mientras tanto, la familia de Luca encuentra consuelo al saber que su pequeño sigue vivo a través de un corazón que volvió a latir en otro cuerpo.
“No es un milagro. Es el resultado de años de preparación, aunque sí, le agradecemos a Dios que se haya dado”, cerró Barretta.
Una historia que conmueve, inspira y abre una nueva puerta a la esperanza en la medicina argentina.